Existe una leyenda que cuenta q Natwan, una joven india, hizo un trato con sus ancestros, nació para ser chamana, al menos las estrellas eso decían, pero el peso de su existencia, incluso antes de cumplir la mayoría de edad, era para ella una de sus cadenas. La senda del chaman era dura y solitaria, sin mas compañía en años que todas esas estrellas que llevan el alma de sus antepasados para guiarla por el duro sendero. Ella nació para ser libre, sin cadenas que le ataran a la tierra, ni alas que le obligaran a volar… simplemente se movía entre la vida como bailando entre los espíritus elementales, absorbiendo cada brisa de aire, degustando el sabor del agua, de los colores, el calor del fuego, sintiendo amaneceres, pero un día, todo cambio, un despertar delirante entre sudores, una pesadilla tan real que no pudo mas q oír la llamada de su naturaleza interna, el cambio se avecinaba y no hizo mas que llorar negando su propio destino. Los sabios de la tribu, tristes por verla sufrir tanto, se reunieron con ella.
-Lo siento Natwan, pero es tu destino, debes partir.
Ella
bajo la cabeza con lagrimas en los ojos, sabia lo que significaba,
sabia lo que sufriría, todo el tiempo que estaría lejos de todo lo que
amaba y salió corriendo al bosque. Vagaba sin prestar atención a nada
salvo a su propio corazón q no quería mas que correr y escapar; y
corrió, y corrió, hasta que calló sin aliento, y acurrucada se quedo en
medio de la nada. Cuando abrió los ojos estaban allí, todos aquellos
espíritus que le habían acompañado todos estos años, el de cada árbol,
el de cada flor, el del agua, el del águila, el de las piedras, todos
estaban junto a ella. De la nada apareció “ella”, en cada paso miles de
flores crecían bajo sus pies, su cuerpo estaba lleno de estrellas, y sus
ojos…. Perpleja, Natwan, bajo la cabeza en señal de respeto, “ella”
agarro su rostro y la miro con tal ternura que Natwan solo pudo decir
llorando que tenia miedo, “ella” hablaba sin sonidos, directamente al
alma, “todo saldrá bien, nosotros estaremos contigo”, y de sus manos salió
una pequeña bola de cristal con un fuego dentro que se la entrego a
Natwan. La joven dudo un instante, y después, siguiendo su instinto, se
la acerco al pecho y vio como esa luz se metía por dentro de su piel, su
corazón empezó a palpitar con fuerza hasta que todo él, se lleno de
luz. “Ellos también irán contigo”, y todos los espíritus elementales que
le rodeaban se acercaron a ella para alojarse
bajo su piel. De pronto ya no tenia miedo, se había esfumado, y una
seguridad inquebrantable apareció en su rostro. Gracias Madre, dijo
Natwan abrazándola las piernas. “Camina hacia tu destino, harás grandes
cosas y no temas, podrás volver a nosotros cuando necesites fuerzas, aun
que nadie te vea… sabrán que existes”.
Natwan
camino con paso firme hacia el poblado, un cambio se había realizado en
ella, algo apenas intangible, pero sus ojos ya no eran los mismos. Los
viejos de la tribu la vieron llegar, sonrieron, ya no veían a la pequeña
Natwan llena de dudas, de miedos, y de sueños, vieron a la gran Natwan,
guerrera dispuesta a recorrer ese duro camino hacia la luz, y no solo
eso, dispuesta a conseguirlo.
La
senda del chaman implica años de vagar por los mundos no terrenales,
luchando, sanando, descubriendo, viendo cosas demasiado duras para un
alma débil, solo aquellos que nacieron con la luz pueden atravesar las
mil puertas de la irrealidad, enfrentarse a si mismos y a sus peores
miedos, a sus mejores sueños, a sus anhelos, porque aquel que se adentra
en este camino, solo debe ser él, sin mas peso que el de su cuerpo, sin
mas ataduras que la gravedad, sin mas pasado que el de sus ancestros,
ni mas futuro que el que vendrá. Pero Natwan era especial, cuando se
sentía agotada, dudaba, o se perdía, llamaba a su madre tierra, y ella
la traía al anochecer para que no se olvidara de donde venia y no
callera en el circulo de la continua lucha y de la desesperación. Natwan
andaba con piel descalzos por la arena de la playa sintiendo cada
partícula de arena, sentía la brisa como la acariciaba y le despojaba de
todo cansancio, sentía el calor del abrazo de la luna,
tocaba las cortezas de los arboles notando cada rugosidad, metía la
nariz en cada flor que encontraba para impregnar en su memoria su olor.
Pero su madre tierra no podía darle todo lo que necesitaba, en su
corazón sentía un vacio que ningún espíritu podía llenar, entonces se
iba a la aldea mientras todos dormían, vagaba por ella sin miedo,
intentando sentirse en casa pero existía una barrera todavía demasiado
grande. Se acercaba a las tiendas sabiendo lo que ocurriría después,
sabiendo que no podría evitarlo, su corazón ansiaba tanto ese abrazo,
ese olor, que se acercaba sigilosamente a mirar su rostro, intentaba
imaginar el tacto de su piel, intentaba imaginar su voz, como serian sus
abrazos, sus besos, imaginaba como se desplomaba ante él y dejaba de
ser la guerrera por un instante con la absoluta seguridad que no pasaría
nada, porque él estaría para protegerla. Entonces sucedía, como
siempre, ella alzaba sus dedos para tocar su rostro y en el momento
justo del contacto, todo desaparecía, y volvía a estar sola, en medio de
esa nube blanca que siempre le decía que había vuelto al camino.
Existía un pequeño resquicio de tristeza, pero la certeza de que todo
acabaría pronto y que aun le quedaban fuerzas para mil batallas más, la
hacia caminar con la seguridad de que todo estaba escrito, y que no se
puede luchar contra el destino…
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